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San Valentín
Todo ocurrió hace un año y aún lo recuerdo como si fuera ayer. Aquel día me desperté más triste que de costumbre. Mientras me arreglaba para ir al colegio, comenzaron a sonar por la radio preciosas canciones de amor que me anunciaban un día nada especial para mí: 14 de febrero.
Yo no estaba enamorada desde hacía muchísimo tiempo. Todo, por culpa de Juan... Mi ánimo estaba por lo suelos y ya me empezaba a imaginar el día que me esperaba. Sin saber por qué, me acerqué a un rincón de mi cuarto, cogí una pequeña caja donde guardo mis recuerdos y saqué de ella una bonita tarjeta roja en forma de corazón, tenía una romántica poesía de amor y, debajo, en dorado, decía: "Para Juan". Era una tarjeta que nunca tuve la oportunidad de entregar, porque Juan me había dejado el año anterior, dos días antes de San Valentín.
Todavía guardo ese amargo recuerdo en mi memoria: yo de pie, junto a su moto, y él sentado en el sillín si ni siquiera mirarme a la cara. Me dejó. Confesó que no estaba preparado para comprometerse tanto como yo deseaba.
En fin, me soltó todas esas excusas que le cuentas a alguien cuando ya no le quieres. Y allí me quedé yo, sola y con el corazón roto en mil pedazos. Aquellos recuerdos volvieron a mi mente y me hicieron llorar. Por alguna extraña razón, metí la tarjeta en mi mochila y salí corriendo de casa.
En el colegio todo fue mucho peor. Al entrar, dos de mis amigas se acercaron a mí, emocionadas, para enseñarme los regalos que les habían hecho sus novios. Pocas veces las había visto tan contentas. Y las que no tenían ya se encargaban de ponerse algo rojo o de comprar algún detalle en forma de corazón para el chico que les gustaba.
Yo me sentía fuera de lugar y sin los ánimos suficientes como para aguantar todo aquello. Cuando ya creía que nada peor me podía suceder, apareció Juan por el pasillo.
Pasó por mi lado agarrado a una nueva chica. No sé cuánto tiempo llevaban juntos. Me miró, pero lo hizo de una manera que me dolió mucho, y me empecé a sentir cada vez peor.
Estaba más sola que nunca y tuve que salir corriendo del colegio, porque no quería que me vieran llorar. Anduve un buen rato hasta que llegué a un parque que está cerca de mi casa y me senté debajo de un árbol.
Me sentía cansada, sin fuerzas. Saqué la tarjeta que había guardado en la mochila antes de salir de casa y la miré mil veces. Tapé mi rostro con ella y lloré tanto que mis lagrimas empezaron a borrar las letras del poema que había escrito, hasta que el nombre de Juan casi no se podía leer.
Seguí pensando, recordando y, cuando creí sentirme un poco mejor, decidí regresar al colegio.
De pronto, a medio camino, note que me faltaba algo. Abrí la mochila y, por más que rebusqué no encontré la tarjeta. La había perdido, así que regresé a buscarla. Debajo del árbol no había nada. Cuando levanté la cabeza había frente a mí un chico increíblemente guapo que estaba sentado en un banco cercano, leyendo algo con gran interés. Me miró, sus inmensos ojos verdes se clavaron en los míos. ¡Yo creí desmayarme! ¡Nunca me había sentido de ese modo! Aquella mirada me hizo temblar. Se acercó a mí con la tarjeta entre sus manos y me dijo:
- "Creo que esto es tuyo. Antes te he visto llorar"- reconoció tímidamente.
Me quedé un ratito en silencio antes de contestarle, porque quería grabar en mi mente aquella imagen para no olvidarla nunca más: el chico más guapo y dulce que jamás había visto estaba a mi lado. Los dos en un hermoso parque que, a esas horas de la mañana, estaba casi vacío, y con un cielo azul claro sobre nuestras cabezas. De vuelta a la realidad, le empecé a explicar,
tartamudeando, el significado de aquella tarjeta. Poco a poco, fui notando esa confianza que sólo te dan algunas personas, así que también le conté que lo estaba pasando bastante mal, porque me sentía muy sola. Él me entendió perfectamente, me dijo que también había sufrido por alguien. Hablamos un rato, y cuando pensé que no íbamos a despedir, me sorprendió:
- "Me gustaría mucho que me regalaras la tarjeta, significaría mucho para mí".
Se la di con toda la ilusión del mundo, porque aquel pedazo de papel, ya sin el nombre de mi antiguo amor, tenía un sentido nuevo para mí. Pero él también quiso regalarme algo... Me cogió de la mano y nos fuimos andando, sin saber yo hacia dónde, por un pequeño camino rodeado de árboles. ¡No nos soltamos ni un segundo! Me contó cosas sobre su vida.
Se llamaba Dani y era nuevo en la cuidad. Había llegado aquí porque a su padre lo habían trasladado por motivos de trabajo. Había empezado a estudiar en un instituto que estaba cerca de mi colegio. Ya tenía algún amigo, pero todavía no conocía a mucha gente. Lo único que quería era encontrar a una persona que compartiera sus secretos y con la que pudiera reírse y pasar buenos y malos momentos. ¡Hablamos de tantas cosas...! cuando me quise dar cuenta, ya no estábamos en el parque. De repente, me encontré delante de una preciosa casa rodeada de un inmenso jardín. Era una de esas casa románticas, en las que te gustaría pasar el resto de tu vida. Era la casa de Dani, y él me dijo que le esperase un momento. Desapareció por la parte trasera de la casa y yo me quedé contemplando aquel jardín de ensueños. Al cabo de unos segundos, volvió a aparecer con un enorme ramo de rosas rojas. Cogió una y me la acercó a la nariz, susurrándome: "Feliz día de San Valentín. Esta misma mañana me preguntaba qué hacía este rosal en mi jardín. Ahora he visto que sirve para hacerte sonreír". Bajé la mirada y, mientras pensaba que no quería que ese momento terminara nunca, él se encargó de hacerlo aún más especial con un dulce beso en los labios. El beso más bonito que me han dado jamás.
El chico de mis sueños acaba de aparecer en mi vida, ¡un 14 de febrero!
Ha pasado una año y Dani y yo nos hemos prometido regresar al viejo árbol del parque cada día de San Valentín, juntos.
Historia enviada por: Edurne (Gracias por tu colaboración).
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